Me llevo por unas estrechas sendas en las
que íbamos él delante y yo detrás. No decía nada, estaba concentrado en los
alrededores. En aquel majestuoso bosque de árboles altos, sin hojas, que
dejaban pasar la luz del sol. Notaba a Alma un poco inquieta. Oía el ruido de
la naturaleza, el pisar de los animales, el susurro del viento y los pequeños
tintineos de un riachuelo no muy lejano. Aquel paisaje me resultaba familiar,
todo aquello, pero yo nunca había estado allí en persona. Tal vez en algún
sueño. Notaba mis frías manos rodeando las riendas de cuero con fuerza. Thyler,
sabía que estaba muy tensa, todo me había pillado por sorpresa, un nuevo mundo
había caído a mis pies y yo, de la noche a la mañana, me había convertido en su
luchadora. Había descubierto que mi madre vivía y mi padre…Thyler se detuvo,
habíamos llegado a un ensanchamiento en aquel camino, se giró. Notaba el frío metiéndose
por mi camisa blanca, empapándome los huesos. Me miró fijamente, pensativo.
-Ya están colocadas las dianas. Solo
tendrás que fijarte. Son de color rojo.- dijo mientras se bajaba del caballo y
lo ataba a un árbol. Me pasó el arco y las flechas. Intentaba concentrarme,
pero era muy difícil, todo en aquel lugar me abrumaba. Había descubierto otra
parte de mí que no era yo.
-Entendido.- le dije con total firmeza.
Notaba el arco frío entre mis dedos. Cogí una flecha, eran de madera con las
plumas doradas. Observé cómo se acercaba
a Alma y se miraban fijamente. Se subió a ella de un salto. ¿Qué estaba
pasando?
-Dame las riendas, así podrás disparar.-
se las pasé, notaba sus piernas calientes pegadas a las mías, su pecho subiendo
y bajando, su respiración en la nuca y sus brazos rodeándome.- Concéntrate, tu
puedes…haz como si yo no estuviera aquí. ¿Lista?
-Más que nunca.-le dije mirándole a los
ojos. Nuestros rostros estaban muy juntos, casi rozándose.
Cogió las riendas y empezó a hacer que
Alma galopará muy rápido. Empuñé el arco y preparé una flecha, me giré y
disparé a una diana roja. Cargué otra flecha, vi otra a la derecha, volví a
disparar. Cargué el arco, a la izquierda había una a lo alto, disparé.
Preparé otra flecha, una se encontraba a ras de suelo, me incliné dejándome
llevar por una parte de mí que me indicaba dónde estaban, volví a disparar. Me
coloqué en buena posición mientras cargaba otra flecha. Había una detrás de un
árbol, era muy difícil de ver, me giré vislumbrando el rostro de Thyler,
mirando hacia el frente, disparé. El caballo fue cesando su agitada corrida.
Dio la vuelta y, con el caballo otra vez galopando, revisó las flechas mientras
las desclavaba. Volvimos al llano donde estaba Vivaz, tranquilo y olisqueando
el suelo. Bajo del caballo. En todo el camino hasta llegar al caballo negro,
Thyler no había dicho nada. Le pasé el arco y lo guardó. Aún no me había dicho
que tal había hecho aquel ejercicio. Ya no notaba el calor de sus piernas, sus
brazos rozando mis costados, como subía y bajaba su pecho y su respiración en mi
nuca. El frío me volvió a arropar.
-Baja del caballo, continuaremos a pie.-
anunció con una áspera voz mientras desataba a Vivaz.
-Pues tenemos un problema…- le dije con
voz temblorosa. Se giró hacia mí con una mirada llena de recelo.-…he sabido
subir, pero no se bajar.
Se acercó a mí sigilosamente, sus pasos se
clavaban en la tierra húmeda y los
claros de luz que dejaban atravesar las ramas iluminaban su rostro, sus ojos y
su pelo oscuro. Sonrío y su mirada se clavó en mis ojos, que por una vez se
sentían…admirados por los suyos. Me puso las manos en las caderas con cuidado,
estaban calientes y con fuerza de sobras, me elevo del caballo y me fue
bajando, sus ojos quedaban por debajo de los míos, que me miraban de forma
intensa. Me posó en el suelo y cambio el rumbo de su mirada. Estaba confusa,
Thyler tenía ocasiones en las que me odiaba y otras que hacía sentirme deseada,
acompañada. Cuando estaba con él, me sentía protegida, cuidada, arropada por su
calor, como si le conociera… ¿Qué me está pasando…?
Cogió las riendas del caballo, iba andando
deprisa, no quería coincidir conmigo, no quería que le hablara… ¿qué le pasaba?
Hice lo mismo que él y me puse a su altura. Íbamos andando el uno junto al
otro, le miraba fijamente. Nadie dijo nada, seguí mirando hacia el frente,
observando ese bonito paisaje e intentando que la situación no fuera incómoda,
pero era demasiado tarde. Nuestras miradas coincidían alguna vez, aunque,
rápidamente, cambiaban de destino. Tenía frío, no hacía muy buen tiempo para
llevar solo una camisa. Thyler se dio cuenta. Llevábamos media hora andando en
silencio. Paró en seco, se quitó la chaqueta de cuero, dejando ver la camiseta
oscura que marcaba su esculpido cuerpo. Me la ofreció, sin decir ni una
palabra. Yo paré y la acepté. Me la coloque y saqué el pelo que se había
enganchado por dentro.
-Gracias- agradecí con un susurro de voz
sabiendo que no obtendría respuesta. Me equivocaba. Mis ojos coincidieron con
los de él.
-De nada. Oye, llevo todo el rato
preguntándome algo.-dijo mirándome, mientras caminábamos.- Nunca has hecho nada
de esto y…parece que llevas entrenando muchos años.- Sus ojos miraron hacia el
frente, los míos se clavaron en el poco cielo que nos observaba. Se hizo un
silencio.
-Lo sé, nunca se me han dado bien los
deportes y, el llegar aquí y saber cómo manejar una espada, como disparar, como
montar a caballo…es todo muy confuso.- dije mirando hacia el frente, notaba
como sus ojos se clavaban en mí.
-Haces que parezca fácil lo que hacemos.-
dijo mientras me miraba. Me giré para verle la cara, la cual, había cambiado
por completo, sus ojos se habían llenado de un brillo especial, su rostro se
mostraba relajado, sus labios mostraban una bonita sonrisa, en el fondo, debajo
de esa coraza dura y fría, escondía un pequeño corazón.
-Llevo preguntándome esto desde que te
nombraron mí adiestrador, ¿cuál es tú don, Thyler?- le pregunté. Él dejo de
mirarme, sus rasgos se volvieron contrarios, la sonrisa se había borrado, los
ojos se habían oscurecido, ahora parecía un chico frío y distante. El Thyler de
siempre.
-No te lo voy a decir, cuando llegue el
momento, lo sabrás.- dijo corriendo más.- Estamos llegando. Hora de comer.
Aceleré el paso.
- A veces pienso que me odias, a veces
pienso que te caigo bien…te contradices, me confundes…-le dije cruzando
nuestras miradas.
-A eso yo también sé jugar.- dijo
enfadado.- No me conoces, y vienes aquí para aprender a luchar, y ya sabes.
Vienes aquí y cambias mi mundo, no quería ser tu adiestrador por el mínimo
hecho de que soy una persona solitaria por deseo, mientras que tú…no te conoces
ni a ti misma. Si no te lo quiero decir, será por algo. ¡No todo te lo van a
dar hecho! -dijo medio gritando.- Para ti todo tiene lado bueno pero yo, por
ejemplo, no lo tengo por elección mía. Tú tienes un destino y yo…- le
interrumpí, las lágrimas que iban a brotar de mí, empezaban a escaparse. Me
seguía mirando, pero ahora se sentía dolorido y culpable. Me quite su chaqueta
y se la tiré.
-No tienes ni idea…-le dije llorando.
Thyler empezaba a mirarme con culpabilidad.-…me has hecho más daño que todas
las personas que he conocido en estos pocos segundos, con unas simples palabras
para ti…
- Yo…lo
siento.- dijo el acercándose a mí, dejando a Vivaz sin atar.
-¡No! ¡No lo sientes! Y lo dicho, dicho
está.- le dije llorando, no sabía por qué me había respondido así. Fue hacia mi
decidido, le empuje hacia atrás.
-Yo…no quería decir…-decía mientras
intentaba secarme las lágrimas y disculparse.
-Sí soy tanta molestia para ti, le diré a
Brígida que ya no quiero que me entrenes.- le dije soltando a Alma, no la había
atado. Seguía intentando apartar a Thyler de mí. Mientras me secaba las
lágrimas y Thyler se iba acercando, los dos animales salieron corriendo. Dejándonos
allí, solos.
-Dios…es que soy…-dijo mirando al suelo
apartándose de mí, y pegando pataletas al suelo, se dio cuenta de que la cesta
con comida estaba en el suelo. Ya no brotaban lágrimas de mis ojos, seguí
andando, Thyler se quedaba atrás, cogió la cesta.-…vamos a comer a dónde te he
dicho…
Ahora el frío se había evaporado por las
calientes y húmedas lágrimas que surcaban mi rostro. Sus ojos se clavaron en mi
espalda.
-¿Por qué corres?-preguntó curioso,
aceleró el paso y se puso a mí altura.
-Porque no quiero estar contigo, ¿no me
odiabas?-dije acelerando el paso, y él volviéndose a quedar atrás.
- No te odio es solo que…-dijo confundido, agarrándome el
brazo y haciendo que parará.
-Era una pregunta retórica.-le dije
bruscamente, cansada de verle, el frío ahora era solo un manto que arropaba el
paisaje.
-Lo sé.- dijo mirándome con sus grandes
ojos color miel. Un escalofrío recorrió mi espalda.
-¿Pues entonces?- le dije mirándole a los
ojos enfadada, esperando que él se expresase de la misma forma.
- Es
solo que…-volvió a decir, parecía que le costaba admitir algo, pero… ¿él qué?
-¿Qué eres una persona solitaria?, ¿qué lo
eres por elección? ¡O venga ya, eso no se lo cree nadie! Solo eres a sí de
antipático, por él mínimo hecho de que no te gusta abrirte a los demás, tu
ropa, tus expresiones…son solo una coraza de tipo duro…ves yo también se jugar
a creer que conozco a las personas, pero lo más duro es que sabes que tengo
razón.- le dijo bruscamente, sus ojos se oscurecieron, perdiéndose, como si le
hubieran atestado una apuñalada en el corazón.
-Tienes razón en la mayoría de cosas…pero
eso que has dicho, es en lo que te has dado cuenta en menos de un día, en lo
exterior, pero en realidad no sabes lo que soy…-dijo encontrándose con mis
ojos, ahora brillaban más que nunca, me soltó el brazo, el frío caló hasta mi
alma.
Siguió andando, yo iba un paso más atrás
que Thyler, le había hecho daño. ¿Qué estaba pasando? ¿Ahora yo había
sido yo la antipática? Nadie decía nada, yo solo me limitaba a seguirle,
apresurada. Pegó un brusco giro a la izquierda, cosa que yo también hice.
Atravesamos una gran maraña de árboles, después de unos minutos, nos
encontramos en una pradera llena de lavandas y con unas bonitas vistas a la
maleza. Era precioso, se podía ver el azul cielo, los troncos de los árboles
luchando para ser vistos y el oír piar de los pájaros. Thyler se sentó en el
suelo, observando al cielo. Yo me senté un poco más separada de él. Le miré, y
él se giró para mirarme.
-Lo siento, no era mi intención decirte
eso, yo no soy así.- le dije, el cambio el rumbó de su mirada, otra vez hacía
el cielo. Creía que no iba a decir nada.
-Si yo no te hubiera dicho lo que te he
dicho antes, no te habrías puesto así. La culpa es mía por creer que te conozco.-
dijo volviendo a posar su mirada en mí.
-Entiendo que no me quieras decir algunas
cosas.-le dije mirándole a los ojos. Nos miramos fijamente unos segundos. Hasta
que Thyler rompió el silencio con un carraspeo.
-El ejercicio de tiro…lo has hecho muy
bien, es verdad, tienes buena puntería. Creo que no te hace falta que te enseñe
a luchar, ya sabes hacerlo.- dijo sonriéndome.
- No
quiero hablar de eso. Estamos aquí ahora para comer, no para que me digas lo
que hago bien o hago mal. Ya tendrás tiempo.-le dije sonriendo. Pero los
escalofríos no cesaban.
-Toma, póntela, vas a pillar una neumonía.-
dijo mientras me pasaba su chaqueta. Me la puse, está vez él me sacó el pelo
que se había quedado enganchado dentro, me sorprendió un poco. Seguía caliente.
El frío que sentía se evaporaba poco a poco.- ¿Qué quieres comer?-preguntó
sonriéndome. Debían de ser las cuatro de la tarde.
-Dame una manzana, por favor.-sacó de
aquella cesta una manzana roja, la más roja que había visto nunca. Thyler se
cogió otra, no teníamos tanta hambre después de aquella discusión.
Me la pasó y le pegué un mordisco, estaba
muy dulce. Seguí mirando aquel paisaje, más que ahora, miraba al cielo tumbada,
sin saber que esperar del futuro, del presente…Él estaba sentado, mirando hacia
el frente.
-Bueno, cuéntame tu historia…-dijo
girándose, para mirarme, sus ojos ahora brillaban más que nunca, y su rostro,
brillaba por la fina luz del sol.
-¿Qué historia?-le pregunté confusa.
-Tu vida, ¿sería un buen comienzo para saber
el uno del otro, no crees?-dijo entre suspiros, se tumbó a mi lado.
-Pues…a ver por dónde empiezo…Mis padres
me abandonaron, dejándome con mi tía, la cual, me trataba como a una basura. No
encajaba con nadie en el instituto. Ayer cumplí los dieciocho y, antes de otro
nuevo día espantoso en la historia de mi vida, descubrí Greencoast. Hasta
ahora.- dije mientras Thyler seguía sonriendo, ya se había acabado la manzana.-
¿Y la tuya?
-Pues yo no tengo padres, he estado
sobreviviendo solo, hasta que conocí a Brígida. Ella fue quie me enseño a
luchar. Cuando cumplí los dieciséis me fui de allí a vivir al bosque.-dijo
mientras pasaba sus manos por sus cabellos oscuros.
-Es decir que, ¿hoy ha sido el primer día que
os habéis visto en dos años?-dije mirándole, estaba empezando a oscurecerse. ¿No
era muy temprano para que cayese la noche?
-Sí, así es.- dijo mientras me miraba. De
repente se oyó un ruido de cascos de caballos. Thyler se levantó rápido,
desenvainando una de sus dagas y empuñándola con fuerza. Yo me levanté, fugaz.-
Kiara ponte detrás de mí.- me alertó en voz baja. No paraba de mirar hacia el
frente, donde se divisaban dos siluetas, una negra y otra blanca. Eran dos
caballos, Vivaz y Alma. Bajo la daga y me fui a por ellos y los até a un árbol
Thyler se había vuelto a tumbar, yo hice lo mismo.
-Qué susto -respiré aliviada -responde
me esto, ¿cómo descubriste este lugar?- le dije curiosa, una hermosa luna
llena comenzaba a salir. Definitivamente, ya estada cayendo la noche. Demasiado
temprano…
-Oye, escucha, no te sientas mal, pero me
tengo que ir, ¿sabrás volver a casa?- dijo empezando a preocuparse, llevábamos
varias horas hablando, sus ojos se iluminaron.
-¿Por qué?- le pregunté sin saber que
quería decir.
-Escucha, no hay tiempo para
explicaciones, llévate a Vivaz y Alma, mañana continuaremos.- dijo levantándose
y ayudándome a mí.
-¿A qué tanta prisa?- la luna estaba ya
casi en medio del cielo.
-Mañana hablaremos vale, descansa.-dijo él
empezando a agobiarse, sus ojos se volvieron más dorados. Me ayudó a subir a
Alma, y desató a los caballos. Se puso en frente de Alma, y la miró fijamente,
no sé por qué hacía eso.- Agárrate fuerte, adiós.
Sin dejarme replicar ni una sola palabra más, desapareció
entre los altos árboles. Alma comenzó a correr tan rápido que Kiara sentía el
roce del viento como cuchillas. Mientras volvíamos la luna ya estaba en su
punto más alto y un fuerte aullido sonó de entre los árboles. Un aullido
conocido.
Santo Dios. Es excelente esta novela. Tu y tu amiga tienen una gran imaginación. Además de que Thyler me encanta *o*.
ResponderEliminarBesos
Hola Lia:)
EliminarMuchísimas gracias! <3 Jeje tanto ella como yo te agradecemos que te hayas pasado y que te haya gustado:)
Thyler es amor jaja<3
Un besazo!